Historia de la Villa de Oña

Por Don Felix Ángel Martín Puente

Oña. Primavera de 1915. Supongamos un típico día primaveral de cielo azul. De agradable temperatura para caminar y pasear, y ese característico olor a boj y a pino que tienen nuestros montes.Varios jesuitas procedentes del colegio que la compañía tiene en Oña pululan por ellos en busca de vestigios arqueológicos Se trata de los padres José Ma lbero, José Ma Rodríguez Fernández y Miguel Gutiérrez.A seis kilómetros al este de Oña, concretamente en el sitio llamado Valdelacueva, a mitad de camino entre Penches y Barcina de los Montes, se topan con una caverna localizada en lo alto de un talud y cubierta de matorral. Su angosta entrada da paso a un vestíbulo con apenas cabida para cuatro personas, para posteriormente adentrarse en un recorrido aproximado de 130 mts. en donde aprecian cinco cabras, cuatro grabadas y una grabada y pintada, varias figuras zoomorfas y paneles con incisiones verticales y horizontales.

Estamos ante el inicio de una serie de descubrimientos que sacarán a la luz los restos primigenios de la protohistoria de Cabras de Penches Oña. Inicio, porque posteriormente estas “excursiones” toparán con más restos en la cueva La Blanca y cueva El Caballón, situando al. primer “oniense” conocido en el. paleolítico superior, períodos gravetiense y magdaleniense (25.00-9.000 a.C.)

Abandonamos la prehistoria, esa parte de la Historia caracterizada por la total ausencia de testimonios escritos, y comenzamos a zambullirnos en la Historia Antigua. Cinco eran los pueblos que ocupaban la actual. provincia de Burgos a la llegada de los romanos a la península. De todos ellos, el. de los autrigones, extendía sus dominios desde la paramera de Poza de la Sal. hasta el. desfiladero de Pancorbo, y desde la llanura de La Bureba hasta las tierras de Losa y Espinosa de los Monteros. Y es en este marco geográfico en donde se encuentra Oña. Y es en sus alrededores, concretamente en Barcina de los Montes, en donde se situó uno de los lugares de culto más importante a su dios Vurovio. Da fe de ello el hallazgo en 1976 de varias aras romanas destinadas todas ellas a esta misma divinidad. Su importancia también radica en el. hecho de que, hoy por hoy, son el. único testimonio que nos permiten conocer el. origen del topónimo Bureba, que parece descender de esta deidad.

Durante la romanización, la tribu autrigona abandona las cumbres de los montes, y entra en la civilización de los llanos y de los cultivos de los campos. Y es en este momento cuando posiblemente surge el actual emplazamiento de Oña, con una función claramente defensiva en la calzada que conducía hacia el. Cantábrico. Aunque sus restos arqueológicos no han salido a la luz, sí que son visibles en las cercanías como un pequeño bronce del. emperador Trajano (117-138 d.C.) en Cornudilla, los restos de una villa romana en Hermosilla, o el puente romano de Terminón.

La crisis del siglo III da al traste con el Imperio Romano, y con él a la sustitución del paganismo por el cristianismo, teniendo su plasmación práctica por medio del. monacato y del eremitismo. La cueva de Santa Ana en un abrigo rocoso de difícil acceso sobre la carretera de Santander. La ermita de San Vitores en la carretera hacía Herrera de Valdivielso. O las cercanas localidades de Cillaperlata y Tartalés de Cilla con su necrópolis y la Cueva de los Portugueses respectivamente, son ejemplos de su presencia en Oña.

Llegamos al. año 1011, concretamente al día 12 de febrero, día en el. que queda reseñado para los anales de la Historia la fundación del monasterio de San Salvador de Oña. Fue el. tercer conde de Castilla D. Sancho García, quien movido por razones políticas, religiosas y familiares procedió a su fundación, estableciendo una comunidad mixta (monjas y monjes) presidida por su hija doña Tigridia.

Esta “anomalía”, exclusiva del. monacato hispano, se verá pronto subsanada cuando en 1033, tan solo 22 años después de su fundación, el rey Sancho el Mayor de Pamplona expulse bajo falsos pretextos a las monjas e introduzca la regla de San Benito. Monjes negros benedictinos de la mano de su consejero Iñigo. Su presencia será continuada y regular hasta 1835, momento de la Desamortización de Mendizábal y de su expulsión definitiva.

De esta manera, nuestro monasterio, que inicialmente surge a impulsos castellanos y como contrarresto al empuje del reino pamplonés en esta zona nororiental del condado de Castilla, pasa a la órbita de aquel desgajándose de éste. La dote inicial transmitida por el. conde fundador se componía de más de cincuenta villas, cerca de setenta iglesias, posesiones y derechos en más de ochenta lugares, más de ochenta siervos rurales, etc. Pero pronto fue superada como consecuencia del empuje espiritual. transmitido por su abad Iñigo, que la convierten en centro y destino de múltiples donaciones provenientes de reyes, nobles, obispos y pequeños propietarios. Con el tiempo, el marco territorial sobre el cual. el monasterio ejercía control se vio ampliamente desbordado. Se llegó hasta las cerca de 300 villas y 200 iglesias, con unos límites que llegaban a Aragón, la orilla del Cantábrico y el Pisuerga.

Junto a esta masa de donaciones los monarcas unían la cesión de determinados derechos regalianos, con lo que la abadía pasaba a detentar prerrogativas de carácter administrativo, tributario, judicial o militar, anteriormente exclusivas del poder real.. Todo ello convertía al abad en un “señor” y al Monasterio en un “señorío”. La confianza y la fe en este monasterio y en su comunidad religiosa era tal, que fueron varios los monarcas, condes y nobles que lo eligieron como última morada para sus restos mortales. Los condes de Castilla Sancho García y García Sánchez, la esposa del. primero la condesa doña Urraca, el. rey de Castilla Sancho II el Fuerte, el rey de Pamplona Sancho el Mayor y su esposa doña Mayor, amén de varios infantes más hijos de Alfonso VII el Emperador y Sancho IV el Fuerte. Todos ellos duermen el último de sus sueños en los panteones de este monasterio oniense.

Las centurias siguientes transcurrieron marcadas por la tónica de disputas y conflictos con otras entidades religiosas y civiles por el dominio y disfrute de ciertos privilegios por parte de nuestro monasterio. De esta manera en el siglo XII se enfrentó con el Obispado de Burgos por el asunto de las tercias. Tras un Concilio y dos Bulas papales el. conflicto quedó zanjado con el trasvase monetario de Oña a Burgos. La situación se volvió a repetir a principios del. siglo XIII cuando se obligó a ceder al obispado la décima parte de sus rentas, no sin antes oponerse de una manera rotunda, el cenobio oniense tuvo que ceder ante esta situación.

Desde un punto de vista historiográfico, la presencia omnipresente del monasterio de S. Salvador se ha dejado sentir de una manera rigurosa, provocando que la presencia de trabajos y publicaciones acerca de nuestra Villa sea cuando menos testimonial. A excepción hecha del magnífico trabajo de Francisco Ruiz Gómez bajo el título de Las aldeas castellanas en la Edad Media, y alguna rareza más en forma de artículos en revistas y foros especializados, pocos son los hitos en que apoyarse para clarificar el pasado histórico de Oña al margen de su institución monacal. Y muchos menos son cuanto más nos acercamos hasta nuestros días. De tal manera que la Edad Moderna sufre un vacío investigador.

El corpus documental emanado de la Iglesia parroquial de San Juan será la apoyatura en la que se base el. autor anteriormente citado para mostrarnos una foto fija de nuestra Villa durante los siglos XIV y XV. Foto que nos muestra una población algo inferior a los quinientos habitantes; con una presencia judía reducida (una décima parte de la población total) constituida en aljama; una economía basada en la agricultura con preponderancia de los campos de pan, los viñedos y los huertos; en donde la ganadería estaba mayoritariamente en manos de la gran propiedad señorial del monasterio o de los campesinos hacendados; con presencia de artesanos dedicados al. sector del cuero, metal., construcción y madera.

Como ya quedó dicho, la Edad Moderna sufre una importantísima laguna a la hora de intentar atisbar lo que fue el devenir de nuestra localidad. A través de algún trabajo como el. del. francés Francis Brumont sobre La Bureba, u otro de investigación propia del. que suscribe estas líneas, podemos obtener pinceladas de Oña durante los siglos XVI, XVII y XVIII. La población, con unos quinientos habitantes a finales del. reinado de Felipe II, cuenta con una fuerte presencia de mendigos y menesterosos que llegan a Oña en busca de la providencial. caridad benedictina, y de viudas, el. 20% de la población, atraídas por los cuidados y asistencia que proporcionaba un núcleo más poblado.

Especial mención debemos hacer a las oleadas de fuerte mortandad originadas bien por la peste bubónica o por las crisis de subsistencias (hambrunas, pestes, nulas condiciones higiénicas, conflictos bélicos). La de mayor calado por el número de fallecimientos originados, y el. posterior vacío generacional. que ocasionó, fue la peste bubónica de 1599. Desde el. 28 de agosto, momento en que se detectó el primer caso, sucumbieron fruto de esta enfermedad un total de 59 “apestados” durante los tres meses siguientes. En tan solo cuatro meses falleció el 10% de la población. Se trata de una cifra infravalorada, ya que la mortandad infantil. escapaba del. registro llevado en los libros parroquiales de difuntos, que a la postre son la única fuente de información. Tuvieron que pasar más de cien años para que Oña recuperara los niveles poblacionales de finales del. siglo XVI.

Mientras tanto la vida del monasterio sigue su curso con la ejecución de las más importantes obras de arte que nos legado el. imponente monumento que hoy conocemos: los Panteones Real. y Condal, el claustro flamígero, sus dos sillerías góticas, etc. Todo ello fruto del. imponente desarrollo económico que vive. Importantes figuras intelectuales salen del mismo. Fray Andrés Gutiérrez de Cerezo, discípulo de Nebrija y autor de la primera gramática española. Fray Pedro Ponce de León, precursor en la creación del. lenguaje de los sordos. Y grandes monarcas traspasan sus muros, como los Reyes Católicos que en julio de 1496, acompañando a su hija Juana camino de Flandes, pararon en Oña y discutieron con su abad la reforma benedictina que imponía a los monasterios de la orden pasar a depender de S. Benito de Valladolid, dando fin a la autonomía y única sujeción a Roma de la que venían disfrutando desde tiempo inmemorial.

Llegamos al sig lo XIX, y con ello al punto y fina de los más de ochocientos años de vida del. Monasterio de San Salvador. En primer lugar la invasión napoleónica, que al igual que en otras instituciones monásticas del país trajo la destrucción y la rapiña. Y después la célebre Desamortización de Mendizábal dictada mediante Decreto de once de octubre de 1835. Se producía de esta manera la expulsión definitiva de la Orden Benedictina y la apropiación de todos sus bienes a manos del Estado. Dentro de este panorama, en Oña se puede decir que las cosas no acabaron tan mal ya que la inmensa mayoría de la riqueza artística que atesoraban sus muros se respetó y pasando a manos del Obispado de Burgos, quien lo custodió y salvaguardó hasta nuestros días. El resto fue vendido en pública subasta, como el edificio monacal por el que se llegaron a pagar un millón y medio de reales.

El resto ya es más conocido y notorio. Presencia de la Compañía de Jesús desde 1880 hasta 1967-68, con el paréntesis que marcó la Guerra Civil, y establecimiento posterior de un centro hospitalario o residencial por parte de la Diputación Provincial. de Burgos hasta nuestros días. En la actualidad el monumento es propiedad del Arzobispado de Burgos ( Iglesia y Claustro gótico) y de la Diputación Provincial de Burgos. En 2012, el Monasterio de Oña fue sede de Monacatus, la XVII edición de Las Edades del Hombre